A veces la alegría nos desborda. En otras ocasiones, estamos tan felices, tan orgullosos de alguien o de algún logro conseguido que esa emoción inunda nuestros ojos de lágrimas. Si estamos experimentando estados de ánimo tan positivos, ¿por qué lloramos?. La respuesta está en las expresiones dimorfas de la emoción, un término acuñado hace ya algunos años por la profesora Oriana Aragón, de la Universidad de Yale, quien lideró un estudio para investigar sobre este tema.

Sí. Lloramos también de alegría, cuando nos dan una buenísima noticia o al ganar un premio tras un esfuerzo importante Y aunque se supone que el llanto es una reacción fisiológica asociada a emociones negativas lo cierto es que las lágrimas brotan también de nuestros ojos cuando vivimos situaciones de alta activación emocional con la finalidad de ayudar a nuestro cerebro y a nuestro cuerpo a restaurar el equilibrio emocional y recuperar la llamada homeóstasis.

Estas manifestaciones físicas o reacciones aparentemente contrapuestas al sentimiento que estamos experimentando nos permiten conseguir moderar la intensidad de dicha emoción, alcanzar de nuevo un nivel óptimo en nuestro organismo y recuperarnos antes del secuestro emocional extremo que estamos sufriendo. Es como si nos sintiéramos sobrepasados por dicha emoción y nuestro organismo tratara de compensar ese estado desbordante con la intención de que no se vea mermada  nuestra capacidad de actuar y pensar.

Es lo que le pasó a Rafael Nadal cuando escuchó el himno de España tras proclamarse campeón del Roland Garrós por 13ª vez y pudimos observar en directo y  pegados a la pantalla del televisor, millones de espectadores de todo el mundo.

 

 

Desde el punto de vista biológico existen tres tipos de lágrimas:

  • lágrimas basales: cuya función es mantener húmedo el ojo
  • lágrimas reflejas: aparecen como respuesta a un componente externo: cuando pelamos cebollas o nos entra polvo en los ojos.
  • lágrimas emocionales o psíquicas: surgen ante un amplio espectro de emociones y se dan únicamente en la especie humana.  En opinión del psicólogo de la Tilburg University, Ad Vingerhoets, llorar es una señal social generadora de empatía.

Según algunas investigaciones, las manifestaciones  dimorfas  se manifiesta con mayor facilidad cuando la persona en cuestión ha sufrido estrés, tensión o padecido un gran esfuerzo para conseguir su ansiada meta, de ahí la reacción de Nadal. Pero hay muchos más ejemplos: tampoco pudieron contener las lágrimas, Charlize Teron , Nicole Kidman, Kate Winslet, Gwyneth Paltrow y Octavia Spencer -entre otras -cuando se alzaron con la ansiada estatuilla del Oscar a mejor actriz. O Sofía Loren cuando en 2015 recogió el premio Civitas en su ciudad natal. Y como estos, existen cientos de casos, más mundanos para el  el común de los mortales, que quizá le resulten familiar:  sin ir más lejos, el de los forofos del fútbol que rompen a gritar y a llorar sin consuelo cuando su equipo se alza con la Copa de la Victoria

Tal y como recoge el estudio publicado por la profesora Aragon y su colega John Bargh en la revista Psychological Science: 

“Las expresiones negativas pueden contribuir a regular emociones positivas que resultan abrumadoras”

Este mecanismo que pudiera parecer contradictorio-añaden- también se puede dar en otros contextos: experimentar cierto grado de agresividad ante episodios de ternura extrema, reír sin control cuando estamos muertos de miedo o muy nerviosos. En estos dos últimos caso además, nuestro cerebro, siempre en alerta ante cualquier peligro, interpretará que quizá la situación no sea tan amenazante y tratará de calmarse para responder de una manera más adaptativa a la situación.

Las expresiones dimorfas pueden pues elicitarse  cuando experimentamos emociones fuertes, tanto en escenarios positivos o negativos.

Por cierto, ante situaciones que observamos de belleza extrema algunas personas llegan incluso a  padecer el llamado Síndrome de Stendhal, un curiosa enfermedad psicosomática, que describe en su libro del mismo nombre la psiquiatra Graziella Magherini, y que aparece cuando nos quedamos abrumados ante obras de arte de incuestionable valor y belleza. Una excitación emocional tan fuerte que en casos graves puede provocar mareos, vértigos e incluso desmayos.

Como ejemplo, los casos de varios turistas que han padecido estos síntomas contemplando “El nacimiento de Venus” en la Galería  Uffizi de Florencia y se han sentido  completamente embriagados por la emoción que experimentan. La última “víctima”, un hombre de 70 años que sufrió un infarto, el 15 de diciembre de 2018,  mientras contemplaba el cuadro de Botticelli

Y es que las emociones en ocasiones nos desbordan… Pero a lo que íbamos, llorar de alegría o de orgullo nos ayuda a equilibrarnos por mucho que a simple vista parezca lo contrario.

 

 

 

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